
Enanitos de piedra adornaban su jardín, pero, por más que
les hablara, jamás le respondían.
La más frustrante era ella, siempre allí sentada, con la
mirada perdida.
Quería que su sonrisa no estuviera pintada, que sus besos
fueran cálidos, escuchar su respiración cuando la tumbaba con él en la cama,
que sus dedos se movieran, que el reverso de su palma, acariciara sus mejillas.
Ansiaba que le tocara, deseando convertir en verdad, aquella
cruel mentira.